Sobre el escenario emplazado al final de la galería del edificio está la pantalla que proyecta un vídeo donde aparece un señor entrado en años, sentado frente a lo que parece ser una mesa. Cuando el plano se abre, vemos que en realidad es un tablero, del tipo utilizado por ingenieros y arquitectos para dibujar planos. Está ubicado en una habitación donde, además, hay estantes llenos de libros y algunos escritorios con sus sillas. Resulta fácil imaginar que se encuentra en un estudio o una oficina. El personaje -único protagonista de la historia- sostiene entre sus manos un manojo de fotos, que acomoda, distribuyéndolas por la superficie. Antes de hacerlo, las observa y en su mirada se interpreta un dejo de nostalgia, pues retratan el pasado del que alguna vez fue parte. Pasado que muestra la historia de la Escuela de Agricultura de General Alvear, que hoy cumple 70 años.
Marcelo Russo, Bioquímico de profesión, es el señor entrado en años, sentado frente al tablero, que observa las fotografías. El doctor Russo -como lo conocemos aquí- tiene 96 años y parte de su vida profesional transcurrió en las aulas de la escuela. Comenzó a trabajar en 1956, dos años después de su creación. “Fuimos de las primeras camadas de profesores. Colaboramos con mucho amor y cariño para que progresara”, recuerda. “Verla ahora así, te imaginarás que es una caricia para el alma. Cómo ha crecido y cuántas satisfacciones nos han dado los alumnos egresados, que se han destacado en distintas disciplinas”.
Marcelo se emociona al hablar de la E.A., pues en “la recta final de su vida”, como dice, está orgulloso de seguir siendo parte y, al igual que muchos -o todos, porque parece una regla general desde siempre-, destaca, cual imperativo categórico, el compromiso y el entusiasmo al trabajar aquí. “Guardo momentos muy lindos, caracterizados por el compañerismo entre profesores y entre alumnos. Todo se hacía con mucho amor”. Quienes hoy estamos aquí, podemos dar fe de que aún lo es.
La Escuela de Agricultura debe su creación a una necesidad imperante de la sociedad alvearense en los inicios de la década del ’50. Por aquellos años, el ya pujante desarrollo socioeconómico del Departamento, que se daría con mayor énfasis posteriormente, contrasta con la oferta educativa en el nivel medio. Se contaba, desde 1950, con el primer año del bachiller y el primero del comercial y, desde 1954, con el primer año del ciclo básico del Instituto San Antonio, quien sería el encargado de formar maestros alvearenses. Pero, no existía ninguno relacionado a las características vitivinícolas y frutícolas de la zona que pudiera capacitar para lograr, con una preparación específica, hacer frente a las demandas locales.
Por otro lado, una preocupación dominante de los padres era la imposibilidad para muchos de acceder a estudios medios luego de concluir los primarios. Para ello, tenían que trasladarse a otros lugares más alejados, con los consecuentes gastos, que eran muy difíciles de afrontar. Ven así una carencia en nuestro medio que significaba un desafío para todos ya que, de ser solucionada, favorecería el crecimiento y desarrollo de General Alvear.
Comienzan, de esta manera, las reuniones de algunos vecinos con la participación del maestro Jorge Leguizamón -la biblioteca escolar lleva su nombre-, que dan como resultado la constitución de la primera comisión procreación de la escuela, a la que se sumaron el apoyo y la colaboración de otras instituciones, como el Rotary Club.
Una de las mayores preocupaciones era el edificio para que la escuela pudiera funcionar. Se logra contar con el predio y lo que fueron las instalaciones de la excorporación frutihortícola de Alvear Oeste, que tenía una vivienda y tres paredes que correspondían a un secadero. De ellas, gracias a la colaboración de muchos, surge la primera aula, que alojó a los alumnos. A partir de este momento, todo pasa a formar parte de la historia de la escuela, como el inicio de las clases el 19 de abril de 1954 con 33 alumnos inscriptos en el primer año.
“Lo que se hereda no se roba” dice el refrán. Jorge Leguizamón, aquel maestro presente desde la primera hora en la creación de la Escuela de Agricultura, era llamado el Napoleón de la comisión por su audacia y espíritu aguerrido y emprendedor, con una gran capacidad para sortear las dificultades que se les presentaban. Herencia o no, cada una de las personas que pasaron -y pasan- por la escuela destacan el espíritu aguerrido y emprendedor que vive en ella. “¿Cómo no tener compromiso con alguien que se involucra, con quien se tiene “un ida y vuelta?”, pregunta retóricamente Graciela Mosiuk, poniendo de manifiesto que la institución es, ciertamente, el resultado de ese compromiso que los conduce a seguir, a proyectar, a emprender y concretar.
Graciela es, ahora, una profesora de Matemática, Física y Cosmografía jubilada, quien llegó a la E.A. en 1987. “En junio de 1987, me recibí y, en junio de 1987, comencé a trabajar en la escuela. Fui a consultar si había posibilidades de trabajo y, casualmente, el agrimensor Ernesto Lust comenzaba a transitar su jubilación. Tomé todas sus horas. Pensaba en algo temporal porque quería mudarme a Neuquén y terminé quedándome 32 años ininterrumpidos en sus aulas”. La profesora, también, dio clases en otros establecimientos educativos de General Alvear y San Rafael y, mientras relata su paso por ellas, afirma que jamás tomó una licencia en “la Agricultura”, por ningún motivo. “La Escuela de Agricultura es mi casa. Yo iba a trabajar a mi casa. Qué mejor cosa que sentirse feliz con lo que se hace en un lugar donde se está tan a gusto”, declara en un tono cuya frecuencia vibra de emoción. “La escuela es una familia para toda la comunidad educativa. ‘La familia chacarera’, resalta sonriente. Como toda familia tiene aspectos positivos y negativos, pero cuando hacés un balance el resultado es positivo, por eso volvemos aún después de habernos ido”.
Setenta años más tarde, la Escuela de Agricultura alberga a más de seiscientas personas -entre alumnos y personal- en sus modernas instalaciones, que permiten desarrollar las tareas en el aula y las prácticas agrícolas, ambas responsables del perfil agrotécnico con el que egresa el estudiante. Un predio de 4.5 hectáreas que contiene un edificio principal -inaugurado en 1989 y ampliado en el año 2007-, acompañado por la Bodega Piloto -cuna de enólogos del Departamento-, un gimnasio techado -testigo de uno de los eventos deportivos estudiantiles más reconocidos a nivel nacional-, una finca experimental, laboratorios de Ciencias Naturales, una sala de industrias y demás dependencias donde “los chacareros” pasan su tiempo aprendiendo, experimentando, construyendo su futuro profesional.
“Desde su creación, la escuela está signada por dificultades. Sin embargo, siempre la ha caracterizado el mismo espíritu inquieto de superación que le imprimieron en sus inicios”, afirma la profesora Daniela López, quien está a cargo de la Dirección. Y agrega, “por eso, nuestra comunidad educativa es capaz de transformar los obstáculos en oportunidades. Aquí nadie abandona”.
En Alvear Oeste -distrito donde se encuentra la escuela- y en todo el Departamento es común dirigirse a quienes forman parte de la E.A. como la familia chacarera o los chacareros. Y es que el sentir que los reúne en torno a ella, como si fuese consecuencia de un lazo sanguíneo, hace que el que llegue jamás quiera irse. “Señores yo soy del barrio de la Bodega, la sigo a la Agricultura a dónde sea…”.